De Enric Marco y “El impostor”

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El impostor

Javier Cercas

Random House Mondadori: Buenos Aires (3ra. edición), 2015 – 425 págs.

La novela no colma las expectativas de varios que la reseñaron. Una anterior, en cambio, ilusionó a muchos: Soldados de Salamina (2001). Sin embargo El impostor, de firma reconocida y exitosa, se da el lujo de hacer la plancha sin que a las ventas se les vaya a mover el amperímetro. De cualquier modo tiene sus encantos, pese al pelmazo de Cercas, su círculo íntimo y la editorial que lo publica ya que – mencionemos de refilón – obtener un contrato de ella equivale a acceder al olimpo de los consagrados para cualquier semitalentoso escriba que habite los suelos de este mundo.

Uno de los encantos – iba a poner “momentos” pero más apropiado es “encantos” – es el protagonista: Enric Marco.

¿Quién es este personaje? Un hombre de verdad, no ficcional aunque lo parece, que se birló las credibilidades de sobrevivientes, activistas de la memoria de las grandes conflagraciones europeas del siglo XX que conmovieron al mundo, simpatizantes y adherentes de movimientos de defensa de los derechos humanos y cuanta especie de organización parecida pueda imaginarse.

Sumado a esto, cuando estalló el escándalo de las mentiras de Marco, los negacionistas del mundo celebraron a rabiar empezando con el porfiado, “¿vieron?, ya lo decíamos: son todos unos farsantes”. A lo cual seguía el ronroneo dramático de meas culpas de los que se sintieron damnificados por engaño semejante.

Por ahí leí o escuché una confesión propia de amante despechado, que señalaba que Marco fue el paradigma de lo mal que andaban las cosas en España, su sistema, y en especial, sus asociaciones memoriales.

A los activistas de grandes causas no les agrada que les tomen el pelo. Pero una vez superado el instante de la revelación vergonzante, el clímax de la afrenta de haber sido estafado en la buena fe, deberían haber reaccionado con más desenfado. Nada hay para compartir con los negacionistas. Tampoco demasiado con el intelectual de ese espacio pequeño de la alta cultura – realmente pertenece a ella, reconozcamos – que responde en lo político, para ser amplio y poco específico, a un liberalismo aséptico, escéptico, gruñón, crítico sin mayores consecuencias con los propios (v. gr.: Tomás Abraham, Mario Vargas Llosa), bien vestido, antipopulista y situado más allá del bien y del mal. Uno no tiene demasiado en común con estos biempensantes. Por ahí la risa. Con los negacionistas que se quieran reír, riamos. A las carcajadas. De Enric Marco y de nosotros mismos, si no nos doblega la culpa de burlarnos de un loco lindo. O junto a él. A Marco no habría que exagerarle tirria porque malvado no es. En cualquier caso no más que el resto de sus congéneres.

El autor de la novela, con las idas y vueltas del personaje, a veces hace reír, pero también se emberrincha y a menudo se asume juez divino: habla de perdonar y no perdonar, de comprender y de fallar en hacerlo. Del sentido.

¿Cuál fue el mayor pecado que cometió Marco? Se hizo pasar por sobreviviente del campo de concentración nazi de Flossenbürg, en el estado de Baviera. Casi ninguno de alrededor de los 10.000 españoles deportados por Franco estuvo en ese campo, lo que a don Enric le cayó del cielo pues más fácil urdió la patraña escasear testigos. No solo eso. En 1978 se lo eligió secretario general de la anarquista Confederación Nacional del Trabajo, en honor a su supuesta militancia juvenil en las filas ácratas y a ser un testigo / sobreviviente del horror nazi. En 2003 ocupó la presidencia de la barcelonesa Amical de Mauthausen. Además, hablaba en público, iba a escuelas a exponer su experiencia y llegó a arrancar lágrimas de varios diputados en un discurso del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto celebrado en 2005. Y bastante más. Todo o casi todo, mentiras. Hasta que apareció Benito Bermejo, historiador no universitario, experto en deportados de España, que lo desenmascaró.

Cercas, después del escándalo, untó la herida con sal cuando un Vargas Llosa ficcional y de avispada muñeca comercial le recomendó que se abocara a esta novela escurridiza, que no se quería dejar escribir y “sin ficción” como admite el autor en varios pasajes. No sé si lo de “sin ficción” se refiere a un ensayo fallido o a una nueva modalidad novelística en la que, entre otras cosas, se discurre sobre una persona real a la que se entrevista, se cuentan las circunstancias de tal entrevista, aun las intrascendentes como el viaje a la casa del entrevistado, cómo colocó la cámara con la que lo filmó y la participación del hijo real del narrador (Cercas) en todo el proceso. En otras palabras, por si a alguien le interesase, se develan las vicisitudes de la escritura de El impostor. De “que no se quería dejar escribir” nos damos cuenta por la abundancia de las reiteraciones que denotan señales de cansancio e insolvencia para dar el fin justo, necesario y a tiempo para que el libro no se transforme en mamotreto. Así y todo, la forma es albedrío del escritor y mejor no meterse en eso.

El encanto de la novela, reitero, es que gracias a su agencia pude saber de Enric Marco y la maravilla que representa que se haya fabulado una vida que de otro modo hubiese sido anodina, sin la gloria imaginaria del héroe sobreviviente al mal absoluto. Complicó y alienó a los buenos que lo rodearon y le creyeron, es verdad. Dio pábulo a los negacionistas también. Pero los acontecimientos en los que el personaje se atribuyó participar son históricamente verdaderos, para lo cual existen pruebas irrefutables. Marco solo colocó la imagen que construyó de su persona en esos hitos históricos.

El 12 o el 14 de abril de 2016 Enric Marco cumplirá 95 años. No se ha arrepentido de sus mentiras todavía, pese a que a Cercas por el final del libro le dice que sí. Por mi parte creo que ni falta que hace.

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